BULLYING POLITICO EN EL PERÚ

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Manteniendo la objetividad de siempre, me permito decir que lo que está ocurriendo en este momento en el Perú es un desatado bullying político en contra del gobierno de Pedro Castillo. Al margen de la calidad del gobierno, lo que se debe respetar, primeramente, y sobre todas las cosas, es que este es un mandato elegido democráticamente por la libre voluntad de la mayoría ciudadana.
Las agresiones desatadas desde el primer día de gobierno por las fuerzas políticas de oposición han sido ciegas y descarnadas. Fuera de cualquier razonamiento democrático y solo conducido por el odio prejuicioso por el temor a una tendencia política que ni siquiera tuvo tiempo de evidenciarse. Todo ello no es más que una expresión de violencia social simbólica.
La violencia simbólica puede ser entendida desde el planteamiento de Bourdieu (2000) como la forma de ejercer dominio de un sujeto sobre otro u otros, sin intervención física, pero sí con estrategias de amedrentamiento psicológico y social. La creatividad humana ha hecho gala de utilización de este tipo de violencia para fines políticos, con la equivocada idea de que “el fin justifica los medios”.
En este momento en el Perú asistimos a una disputa por el poder que parece olvidar los fines del bien común, las agendas a mediano plazo y la profundización de los derechos humanos.
Se desconoce el acentuado pluralismo partidario que no distingue mayorías consolidadas sino minorías dinámicas con criterio propio. La disputa se da entre quienes quieren seguir haciendo política de vasallos, vertical y altamente directiva y que recurren a estrategias de bullying político contra aquellos que pelean por construir agendas comunes, consensos estructurales y toma de decisiones democráticas, con alta inversión en la discusión y uso intensivo de estrategias de convencimiento y persuasión por medio de la comunicación en todas sus formas.
La violencia puede ser identificada por su semántica, no importa la cultura ni la territorialidad en la que se ejerza, es una misma retórica preñada de acciones, conductas e ideológicas nocivas y contrarias al espíritu de civilidad que se ha forjado a lo largo de la historia de la humanidad: son hechos impresionables, cuantificables, repudiables y destructivos, lo que varía es el nivel de visibilidad y de espectacularidad con que se presentan. Por lo general, la violencia simbólica se ejerce bajo la sombra y la impunidad, a lo que la política evidentemente no escapa. Y es lo que vemos a diario en nuestro escenario político-social.
El concepto de bullying calza muy bien dentro de este escenario, por ser una forma naturalizada de ejercer violencia simbólica. Si bien el término se acuñó para referirse al fenómeno de acoso entre jóvenes escolares, aplica muy bien a los escenarios políticos, sobre todo en contextos electorales, donde el miedo al fracaso en la contienda electoral, la frustración de la volatilidad de la opinión pública, la limitación de recursos y la obligatoriedad de respetar las reglas del juego que imponen los sistemas democráticos, llevan a actores políticos a querer mantener dominio y control sobre los grupos humanos contrincantes.
Y en este momento el bullying político ha trascendido a las campañas electorales para afincarse como modus operandi para petardear un gobierno al que los grupos de poder ven como amenaza para sus intereses económicos, y eso hay que decirlo, para que la opinión pública sea consciente de lo que realmente ocurre en nuestra realidad nacional.
Entre las prácticas más comunes del bullying político destacan: manifestaciones de fuerza, ya sea por cantidad de personas o recursos, así como actos humillantes hacia mujeres, jóvenes o grupos étnicos que participan en política.
Los dimes y diretes sobre la vida personal de los individuos que participan en política, son formas de violencia simbólica del tipo bullying, que coaccionan, estereotipan y lesionan la normal actuación política de estas ciudadanías. Y es todo lo que vemos lo que difunden los medios de comunicación propiedad de los grupos de poder amenazados.
Entonces solo queda hacer un llamado a los individuos formados en espíritu crítico y ético, que son los que podrían revertir estas prácticas y remozar las prácticas políticas democráticas e inclusivas. Este es un llamado a la moderación del actuar político y al respeto de la naturaleza democrática de un gobierno constitucional. Hasta la próxima semana mis amigos de Primera.

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