EDITORIAL: LA NATURALIZACIÓN DE LA MENTIRA… A PROPÓSITO DEL INDULTO

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En un país en el que un Presidente de la República niega durante 14 años a su hija, los congresistas presentan documentos falsos a granel para acreditar estudios que nunca realizaron y una primera dama reconoce agendas que la vinculan con lavado de activos luego de haberlas desconocido por tres meses, decir que la mentira se ha naturalizado en la política puede terminar siendo una verdad de Perogrullo. Si la mentira- Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente, según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE)- es detestable per se en cualquier fisura de la sociedad, el hecho de que se haya enquistado en las más altas esferas del poder en nuestro país resulta abominable.

Lo preocupante no es ya que cualquier mitómano de oficio utilice la mentira como una herramienta que le dé rédito político, sino que la sociedad peruana haya perdido su capacidad de censura y asombro. No de otro modo se entiende que Alejandro Toledo haya sido elegido jefe de Estado luego del escándalo que supuso su desmentido secuestro- el 16 de octubre de 1998- que terminó siendo un día de excesos descomunales entre las habitaciones de los hoteles ‘Melody’ y ‘Queen’, según la nota informativa de la Divise y el Certificado N° 050781 de la clínica San Pablo. Y en este terreno parecen no haber meas culpas ni golpes de pecho, pues en el 2013 este mismo señor dijo que su suegra, la ciudadana belga Eva Fernenbug, compró la residencia de Las Casuarinas y la oficina de la Torre Omega con una indemnización que recibió por el Holocausto nazi en la Segunda Guerra Mundial- algo que fue desmentido por su ex vicepresidente David Waisman- como una forma de zafar el bulto en el caso Ecoteva que lo ha llevado a refugiarse en calidad de prófugo en los predios del Tío Sam.

Y no hay que pensar que la mentira es una marca registrada de la desmoronada tienda chakana, pues en la antología de la mentira política peruana existe una retahíla de otros casos recientes como el del entonces presidente Ollanta Humala negando en todos los tonos- con el coro celestial de sus ex ministros Wilfredo Pedraza y José Luis Pérez Guadalupe- que Emerson Fasabi hubiese sido su empleado doméstico hasta el día en que lo encontraron muerto, a unos metros de su residencia en la calle Fernando Castrat (Surco), vestido aún con el polo blanco del resguardo presidencial. Engarzada a esta misma mentira surgió la de su esposa, Nadine Heredia, quien en noviembre del 2015- ante un fardo de evidencias que se le venía encima- tuvo que confesar que las cuatro libretas personales con anotaciones de su puño y letra que la comprometían en lavado de activos eran de su propiedad. Tres meses antes había dicho: “Las agendas que se han mostrado las desconozco, no las reconozco como mías”.

La semana que pasó, Pedro Pablo Kuczynski- Jefe del Estado y quien personifica a la Nación, según el Artículo 110° de la Constitución Política del Perú- nos encaró nuevamente con esa realidad, al deslizar desde Buenos Aires, Argentina que iba a indultar al ex presidente Alberto Fujimori, recluido en el penal de la Diroes desde hace diez años. Textualmente, el mandatario dijo: “Fujimori nos hizo entrar a APEC y ahora está en la cárcel, está enfermo y vamos a ver, pues, qué hacemos”. Con esto dejó sentado a los 31 millones de peruanos que ya tenía aceitadas las rejas de su celda en el ex fundo Barbadillo, donde el ex mandatario fue internado tan pronto como llegó extraditado de Chile en un avión Antonov 227 de la Policía. Si esto no ocurre, no sería la primera vez que la mentira- arropada en incontinencia verbal, cálculo político o lo que sea- asoma a los labios de nuestro mandatario, de la mano del manido tema del indulto, pues a inicios de octubre pasado, Kuczynski también dejó flotando esta posibilidad, al decir: “Tenemos que tener cuidado, yo no quiero un nuevo Leguía”.

Pero PPK no ha sido el único mandatario que ha expresado o manifestado lo contrario a lo que sabe, piensa o siente- es decir mentido- en torno a este tema, pues el 7 de junio del 2013- Día de la Bandera- el entonces presidente Ollanta Humala negó el indulto a Fujimori, después de haber pedido a sus parientes- específicamente a sus cuatro hijos- que lo plantearan formalmente. Ahora, por esas cosas del destino, él está encerrado en un área contigua a la celda de Fujimori, quien a poco de su encierro le envió con su hijo Kenyi sánguches de pollo y su propia casaca para que afrontara los rigores del invierno carcelario. El mal ejemplo asoma por todos lados y no es necesario citar a Gonzáles Prada para que nos demos cuenta que el Perú tiene una pústula inmensa cargada de mentira.

Que a nadie asombre entonces que congresistas y ministros defrauden los juramentos que hicieron ante Dios y/o la Patria- cuando no por la plata- ni que un pastor evangélico haya podido desobedecer durante años el octavo mandamiento antes de ser apresado en su palacete de Surco, o que los cientos de implicados en los casos del escándalo Odebrecht digan primero una cosa y luego otra totalmente opuesta, en un sistema que incluso faculta al procesado a mentir y lo exime de responsabilidad por esto, en nombre de su derecho a la legítima defensa. La mentira en el Perú está siendo abonada y no de ahora, de antiguo, porque hasta la máxima incaica Ama Llulla (no seas mentiroso) tiene su lado flaco, en la medida que la prohibición surge cuando existe la falta. Necesitamos reconstruir los valores de una sociedad erosionada desde lo más alto, antes de que se terminen de carcomer sus bases, pero no como campaña coyuntural sino como política de Estado.

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  1. Si la naturalización de la mentira ha generado la erosión moral de la sociedad, la sensación de impunidad de quienes generan esas mentiras puede ser el origen de la corriente de corrupción detectada gracias al escándalo Odebrecht.

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