Por tratarse de una forma de organización tradicional y una costumbre ancestral que fortalece los lazos comunitarios.
El Ministerio de Cultura declaró Patrimonio Cultural de la Nación a la costumbre conocida como Kurku Hayli o Kurku Faina, de la comunidad campesina de Vito, ubicada en el distrito de Juan Espinoza Medrano, en la provincia de Antabamba, región Apurímac, cuyo día central es el 15 de setiembre.
Mediante Resolución Viceministerial N° 000300-2024-VMPCIC/MC, publicada hoy en la separata de Normas Legales del Diario Oficial El Peruano, se sostiene que este reconocimiento del Estado peruano se debe a que se trata de una manifestación cultural de la citada comunidad campesina que constituye una forma de organización tradicional, como un ente colectivo y expresión de éste.
Asimismo, por tratarse de una concepción de la naturaleza circundante y de la relación del ser humano con ésta, y una tradición de gran antigüedad, que refuerza los vínculos comunales y familiares.
En los considerandos de la norma se refiere que la comunidad campesina de Vito está ubicada en una accidentada geografía que condiciona la existencia de un gran número de puentes menores para los ríos que cruzan el territorio, originalmente construidos con troncos o rollizos de madera.
Actualmente, el puente de Qeweñachaka es el que ha mantenido su construcción tradicional de madera, y es renovado periódicamente en la faena festiva de tala y traslado de troncos, conocida tradicionalmente como Kurku Hayli de gran importancia en el calendario festivo de la comunidad de Vito cuyo día central es el 15 de setiembre.
¿Cómo se celebra esta costumbre?
La realización de esta faena corre a cargo de los varayuq o envarados, quienes actúan como representantes de la población local ante el gobierno distrital, similar a los tenientes gobernadores y asumen a lo largo del ciclo festivo local la preparación de los altares para las festividades religiosas más importantes del calendario local y para la yunza o cortamonte para carnavales, así como la organización de la costumbre del Kurku Hayli o Chaka Faina.
Cada año nuevo se nombra alrededor de cinco varayuq cuyo símbolo es la vara o bastón, hecha de madera de chonta en la cual está incrustada una pequeña imagen del Taytacha Jesucristo y a quien estos cargos se encomiendan en un acto formal de juramentación.
La realización del Kurku Hayli es planificada a lo largo del año. El varayuq y sus familiares han de reunir fondos suficientes para conseguir la comida y bebida a ser expendidas entre participantes y presentes, desde autoridades hasta invitados, y de convocar a todos los miembros de la comunidad, incluso a residentes fuera de las fronteras de la región o incluso del país.
El día 14 de setiembre, los envarados o varayuq reúnen a autoridades, familiares, amigos y vecinos de la comunidad de Vito con invitación de aguardiente y chicha para distribuir por grupos las labores de tala de los árboles asignados en ese mismo día y de su traslado el día siguiente. Al finalizar esta organización, el envarado hace una oración a Dios solicitando que la faena se realice sin incidentes.
El día 15 de setiembre, día central de la costumbre, los envarados o varayuq convocan a toda la población de Vito para realizar una ceremonia de pago o tinka a la Pachamama y a los apus más importantes, los cerros Calvario y Apusayhua.
La madre del envarado le entrega a éste una lliklla o manto elaborado por ella misma en señal de máximo cariño y respeto para cargar las hojas de coca que serán expendidas en los rituales que se sucederán a lo largo de la faena. Tras llegar al lugar donde están emplazados los troncos se hace un segundo pago dirigido a los apus.
Mientras los grupos de varones llevan vestimenta adecuada a la faena de traslado del tronco, portando en cambio sombreros de fieltro de colores vivos, las mujeres van con su vestimenta tradicional, compuesta por una blusa banca, polleras multicolores listadas con motivos bordados, chumpi o faja tejida, sombrero de colores vivos adornado con lazos tejidos, lliclla o manto con motivos tradicionales alusivos a la flora de la región y sobre ella un mantón.
El tronco es conducido con sogas por rutas accidentadas y para ello se le hacen incisiones a modo de anillos para evitar que las sogas se deslicen. Los participantes en su traslado son llamados jaladores, distribuidos por secciones del tronco.
Lideran el grupo dos a cuatro personas que son llamados huma suyus, entendiendo que dirigen la “cabeza” del tronco, siendo especialmente requeridos por el varayuq para asumir esta labor; los llamados maromeros jalan la cuerda más larga de esta parte delantera; el cuerpo principal lo conforman los callaperos, llamados también chawpi suyus o “los del medio”, hombres de mayor fortaleza y experiencia, que jalan de la sección central del tronco con sogas más cortas atadas al hombro. En la parte final están los sikisuyus, quienes llevan la parte trasera del tronco, usando además pequeños troncos para impulsarlo en la dirección correcta.
Al considerarse el tronco de sexo femenino, asociando sus ramas a una cabellera, ha de ser llevado con el mayor cuidado; se considera indispensable que en el primer tramo de su traslado también participen las mujeres para que el tronco permita ser movido. En momentos determinados, el envarado esparce hojas de coca sobre el mismo tronco en señal de respeto. En los descansos se sirven chicha de jora y pito, bebida preparada con harina de trigo y de maíz a jaladores y presentes en general.
La chicha se sirve en pequeños cántaros de arcilla, también se expende aguardiente, en pequeñas copas de metal amarradas por pares, llamadas yanganis. El destino de los troncos en la plaza principal del pueblo, hacia el final de la tarde, en medio de gran algarabía, dado que los troncos serán usados en la restauración del puente Qeweñachaka, en eventos festivos futuros y en obras de restauración de construcciones públicas o particulares.
La música tradicional que acompaña a esta faena está interpretada por un conjunto de quenas, entre cuatro o cinco, y por una serie de cantos de gran antigüedad que son entonados por las mujeres, parte de las cuales van marcando el compás batiendo tinyas, y por un cantor como personaje con mayor experiencia en esta expresión. El cantor invoca a todos los presentes a prestar toda su atención a los cantos para concentrarse en su labor, pues de ello depende el éxito en el traslado del tronco a su destino. Las letras de estas canciones aluden al árbol y a su destino, a la fuerza y el ánimo de los jaladores y a motivos de cortejo amoroso.
La mañana del día 16, estando el tronco todavía en la plaza principal de Vito, se convoca a una reunión en la que se celebra el resultado de la faena, procediendo al traslado de algunos troncos para la restauración del puente Qeweñachaka. Concluida ésta, en la tarde se convoca a una reunión en la plaza del pueblo; los conjuntos conocidos como patrullas hacen en la plaza una representación jocosa de la faena.
La costumbre del Kurku Kaily o Kurku Faina, que responde originalmente a las condiciones impuestas por el accidentado medio geográfico de Antabamba, sigue siendo necesaria para la restauración periódica del puente de Qeweñachaka, permaneciendo como una expresión de la comunidad campesina de Vito, como un ente colectivo organizado para una labor de bienestar común. Se vale para ello de los vínculos sociales tradicionales, que se mantienen a pesar de la migración y la residencia de parte de los miembros de la comunidad en otras localidades.
La importancia de esta costumbre radica además en la anticipación de los preparativos, en la música y el canto asociados, así como en los rituales para solicitar permiso al Dios cristiano y a los Apus locales, y en la entrega
solemne de la lliclla al varayuq o envarado, que confirma los vínculos fundamentales del poblador de Vito con su sociedad y familia.
Seguimiento y salvaguarda
La norma, firmada por el viceministro de Patrimonio Cultural e Industrias Culturales, Jamer Nelson Chávez Anticona, encargar a la Dirección de Patrimonio Inmaterial, en coordinación con la Dirección Desconcentrada de Cultura de Apurímac y la comunidad de portadores, la elaboración cada cinco años de un informe detallado sobre el estado de la expresión declarada, de modo que el registro institucional pueda ser actualizado en cuanto a los cambios producidos en la manifestación, los riesgos que pudiesen surgir en su vigencia, y otros aspectos relevantes, a efectos de realizar el seguimiento institucional de su desenvolvimiento y salvaguardia, de ser el caso.