Trágica tarde. El maestro de maestros Manuel Silva “Pichinkucha”, guitarra, voz y sentimiento partió de este mundo dejando una estela de dolor entre los ejecutantes de la música andina.
A Manuel Silva le llamaban “Pichinkucha”, al igual que el ave, que a veces nos puede regalar un canto alegre o a veces un canto triste, en Apurímac.
Quienes conocieron a “Pichinkucha” lo recuerdan como un caballero, siempre con su guitarra en mano.
De carácter reservado, solo bastaba que tomara confianza con su interlocutor y podías escuchar de él fantásticas historias. Él prefería hablar con sus manos sobre las cuerdas.
Así le preguntamos alguna vez cómo cautivó con su arte a Guayasamín. Contaba que fue algo inesperado cuando tras escuchar un trabajo suyo en el Cusco adquirió sus discos y se impactó tanto que lo escucharía para siempre.
Y así, sin proponérselo, lo conquistó con esa guitarra única, de la que solo sentía melancolía en los huaynos, los carnavales y los yaravíes.
En Quito, Guayasamín le pediría que por favor haga a su estilo de huaino, “Entre el espanto y la ternura”, una canción que Silvio Rodríguez le había compuesto al pintor.
Por supuesto que Silva no se negó y la arregló y presentó en otra oportunidad en Lima a Guayasamín.
Una y mil experiencias con su cómplice guitarra. Hoy baja el telón el sentir telúrico de su música. Adiós, “Pichinkucha”.