Perú sufre una crisis de convivencia y bienestar, pero aún hay esperanza

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Especialista en comportamiento social señala los aspectos negativos que se acentuaron con la pandemia

Jorge Yamamoto, especialista en comportamiento social, señala los aspectos negativos que se acentuaron con la pandemia, pero rescata lo que algunas comunidades o pequeñas islas –como él las llama– aportan en valores, los que podrían trasladarse a las grandes ciudades para experimentar un cambio importante en nuestra sociedad.

    

A pesar de los avances económicos de las últimas décadas, la pandemia ha revelado una disminución en la felicidad y cohesión social en el Perú. El comportamiento individualista y la pérdida de valores familiares y cívicos son indicadores preocupantes de un deterioro en el bienestar colectivo, afirma el psicólogo social Jorge Yamamoto.

En Perú, la relación entre el bienestar y la economía ha sido históricamente un tema de debate. Aunque el aumento en el ingreso y la reducción de la pobreza extrema parecían prometedores, la pandemia puso de manifiesto que estos avances no se traducen necesariamente en un mayor bienestar o felicidad para los peruanos.

“Hace unas décadas, el crecimiento de la clase media y la reducción de la pobreza extrema parecían indicar un aumento en la felicidad general“, comenta Yamamoto. “Sin embargo, los índices económicos, aunque mejores que en el pasado, no han impedido el deterioro en nuestra conducta cívica y en nuestra salud mental.

Entonces, la respuesta ahora no es que la economía prediga el bienestar, sino básicamente la convivencia, ese es un factor clave. La pandemia ha tenido un impacto profundo en la dinámica social y familiar en el Perú, refiere.

Durante el segundo tercio de la pandemia, realizamos un estudio y descubrimos que la característica de los peruanos era la prevalencia de una actitud individualista, lo que quiere decir que al peruano ya no le interesaba tanto la unión familiar, la unión con amigos, sino que se agudizó el individualismo, eso de ‘mato por mí y el resto que se muera’ es válido“, refiere.

La unión familiar y las relaciones amistosas fueron en el pasado pilares importantes de la sociedad peruana. Sin embargo, Yamamoto observa que la pandemia ha llevado a muchas personas a enfocarse más en ‘salir adelante a la mala’, en lugar de valorar la solidaridad y el apoyo mutuo. “Este fenómeno ha sido visible en el incremento de peleas familiares y en la pérdida de confianza en las relaciones interpersonales“, afirma.

Otro correlato muy importante –señala– es la reducción de la salud mental, que es una tendencia mundial, pero que en Perú, en un estudio hecho también en el segundo tercio de la pandemia por Antiporta y Cutipé, reveló que la depresión había aumentado 5.5 veces.

La depresión tiene como característica que la gente esté menos racional, mucho más pesimista, pero también con una mayor emotividad reactiva, o, dicho en buen castellano ‘mucho más fosforito’, y esto se refleja en los comportamientos agresivos en la vida cotidiana”.

Sostiene que la falta de estabilidad emocional se refleja también en la conducta callejera, en el cinismo patriótico y en la búsqueda de compensaciones de corto plazo, como el fútbol o el consumo de bebidas alcohólicas, en lugar de enfrentar y resolver problemas a largo plazo

¿Qué nos genera orgullo?

Yamamoto señala que un fenómeno humano, no solamente peruano, es que cuando nuestra identidad común se ve amenazada, real o simbólicamente, aumenta nuestra cohesión y cuando en esa amenaza salimos relativamente triunfantes, hay una explosión de emociones positivas, pero que no son muy duraderas. 

Esto claramente se ve en la guerra. Cuando hubo el conflicto con Ecuador se generó una gran cohesión nacional, y en micro, pero más explosiva, ocurre con el fútbol, pero no se traduce en ese sentido de unión nacional duradera. No somos un país que se caracteriza por tener una conducta de orgullo y sacrificio por la patria en sí, sino por compensaciones sobre ese vacío“.

El orgullo nacional, que a menudo surge en respuesta a eventos específicos como los que menciona Yamamoto, ha demostrado ser efímero y poco confiable. No se traduce en un compromiso duradero con el progreso y la cohesión social“.

Reconoce sí que este orgullo es genuino porque surge de sus necesidades internas, pero eso no quiere decir que vaya a ayudar a resolver el problema de fondo; entonces hay un principio de autoestima importante y es que esta no se debe elevar porque después se desinfla. 

Lo que hay que hacer es trabajar duro para obtener resultados que nos aumenten la autoestima. Si yo me pongo a estudiar, a trabajar con mayor dedicación y eso me lleva a un reconocimiento profesional, se eleva nuestra autoestima. Entonces en la medida en que hay un liderazgo político y en micro, un liderazgo familiar que nos lleve a desarrollar logros sostenibles como país, entonces crecerá nuestra autoestima colectiva“.

Yamamoto, quien es profesor principal en la Universidad Católica del Perú, señala que en otros países –menciona a Chile– hay un mayor sentido de conciencia colectiva, mientras que “en el Perú se ha exacerbado el individualismo mete cuchillo por la espalda y este se le suele achacar a los sectores de baja educación formal, pero no es así“, sostiene.

En Chile se convoca a las sociedades de grandes empresas para una causa común y hay una cooperación sólida, mientras que acá, por ejemplo, para hacer un programa de valores que implica que las empresas no solo promuevan sus valores individuales, sino además valores patrióticos, como nación, el interés es mucho menor. En Perú la gente siempre tiene esa desconfianza y ese sentido ultraindividualista y nunca se llega a acuerdos, y así podemos citar muchos casos. El hombre de la calle, el hombre de la pequeña y mediana empresa y de las grandes empresas, no tienen ese sentido cívico“.

Comenta que cuando quiso hacer un programa nacional de valores, “algunos grupos de comunicación me dijeron que querían la exclusiva y técnicamente, así, estamos jodidos“.   

Una mirada de esperanza 

En comparación con países con instituciones más fuertes y una mayor confianza en sus sistemas, Perú enfrenta un desafío significativo. “La falta de confianza en las instituciones y el predominio del individualismo son problemas graves que impiden el desarrollo de una identidad nacional sólida. La ausencia de un sentido compartido de propósito y pertenencia ha llevado a un creciente cinismo y a una menor disposición para colaborar en la construcción de un futuro común“, afirma Yamamoto.

A pesar de estos desafíos, hay focos de esperanza en el país. “En pequeñas comunidades y regiones como Huancayo por ejemplo, todavía se observan altos niveles de meritocracia y solidaridad“, menciona. Estas áreas muestran que es posible desarrollar una identidad positiva y una estructura de apoyo que podría servir de modelo para el resto del país.

La clave para superar la crisis actual radica en fomentar los valores de solidaridad y de cooperación en las grandes ciudades y en la política nacional. Necesitamos construir autoestima colectiva basada en logros reales y sostenidos, en lugar de buscar compensaciones momentáneas“.

La familia es el pilar fundamental para desarrollar estos valores. Una familia que ofrece amor con estructura, forma individuos respetuosos y trabajadores. Cuando los niños crecen en un entorno de cuidado y respeto, de adultos se convierten en seres capaces de enfrentar los desafíos de manera constructiva“.

Para lograr un cambio significativo, es necesario promover pequeños logros que, acumulados, puedan generar un impacto positivo en la sociedad. “Un primer paso podría ser establecer normas simples, como respetar la luz roja, y reconocer los resultados positivos de su cumplimiento. Este enfoque gradual podría sentar las bases para generar confianza y cooperación en el país“, refiere.

¿Somos felices los peruanos?

Había un estudio que señalaba que en algunos lugares del país la felicidad era una característica que no abarcaba a todos por igual, es decir, que el respeto, la conciencia ciudadana, les daba una característica distinta a la del limeño que es donde se nota el mayor deterioro cívico y social.

Yamamoto asegura que precisamente, en el valle del Mantaro, en Huancayo, pero además en muchas pequeñas comunidades dispersas en el Perú, existe la meritocracia, es decir que si yo me esfuerzo y cumplo con unas cuantas normas morales básicas, voy a tener un alto reconocimiento, entonces eso genera reglas claras, diluye la envidia machetera y fomenta el esfuerzo.

Huancayo es una cultura muy meritocrática y cuando vamos a otros lugares en donde es más la argolla u otras características, vamos a ver que la gente se vuelve infeliz; es por eso que cuando vemos que alguien de determinada provincia entra al poder y se llena de esos provincianos, nos da rabia, pero cuando empezamos a ver en el BCR, por ejemplo, que hay una línea de meritocracia, nos enorgullece que seamos uno de los países con una de las economías monetarias más elevadas; eso nos genera identidad positiva. El problema es que esa es una isla en un espacio más grande de corrupción y de argolla“.

Sostiene que si se logra hacer un giro de 180 grados en ese juego, es decir, si se convoca a esos peruanos competentes y comprometidos para que ocupen los cargos de liderazgo y dejen un ejemplo para las generaciones que están creciendo, se podrá desarrollar un orgullo y una tecnocracia política, legislativa y ejecutiva.

Yamamoto asegura que tenemos la materia prima, pero la espantamos. “Se requiere una suerte de depuración del sistema electoral, para que se genere una democracia que atraiga a lo mejor del país, que existe. Esa es una solución que está a la vuelta de la esquina, pero lamentablemente, justo antes de la esquina, están aquellos que quieren mantener la hegemonía del sistema político que han adquirido.

Lo que nos dejó la pandemia

“En lo que hemos investigado, la pandemia ha llevado al extremo las cosas. Hay un pequeño grupo que valoró más la familia que las cosas materiales. Y ese pequeño grupo ha desarrollado un potencial enorme, pero hay una gran mayoría que tenía un núcleo familiar complicado y como ya no podía huir ocho horas a trabajar, lejos de ese núcleo complicado, se incrementó el conflicto, la violencia y los problemas de salud mental”.

El académico afirma que el aula universitaria es un reflejo de eso. “Tenemos un grupo grande de alumnos que no leen ni atienden y a veces ni asisten a clases; tenemos un mayor número de estudiantes que no pasan del 04 si hacemos una evaluación meritocrática y justa, pero también surge un pequeño grupo de alumnos más atentos, más comprometidos y si eso lo llevamos a escala nacional, pueden ocurrir ilustrativamente dos cosas: que se unan los flojos que buscan la nota fácil y que hagan sus quejas y sus marchas y voten a los profesores exigentes, o fomentamos que estos pocos alumnos comprometidos vayan a liderar la formación y posteriormente la universidad“.

De qué deberíamos sentirnos orgullosos

Yamamoto asegura que más que pensar en alguna ciudad grande pensaría en las pequeñas comunidades tradicionales, en las caletas de pescadores, donde todos cooperan y por ejemplo, aquel que tiene una embarcación acoge a aquel que no la tiene y aquel que ni siquiera puede navegar al final del día limpia pescado y todos regresan a su casa meritocráticamente con pescado fresco y con algunos recursos para salir adelante. “En el mismo contexto productivo, lo mismo ocurre en las pequeñas comunidades andinas“.

En la Amazonía también quedan comunidades que cuidan a los delfines rosados de los cazadores, que cuidan la naturaleza, que mantienen un equilibrio, a diferencia de otras comunidades amazónicas, que hasta se dan el lujo de romper oleoductos para tener un poco de trabajo, no importa que contaminen“.

Insiste en que existen espacios de tremendos valores, respeto a la naturaleza, sentido de familia de la que podríamos sentirnos orgullosos, “pero el problema es que cualquiera de esos comuneros, nativos o pescadores artesanales, van a la ciudad grande y, en vez de ser vistos como el ejemplo, son discriminados, choleados, chuncheados, o cualquier otra forma de ninguneo, y lo más triste es que algunos de ellos pueden creer que esos valores magníficos que tienen están mal y tienen que acriollarse“.

Eso debemos inocularlo en las grandes ciudades, porque el día que veamos ese respeto, ese cuidado por el planeta, ese sentido familiar, no en contra sino en favor de la comunidad, este país será potencia mundial en economía, en creatividad, porque, en vez de pensar en criolladas, pensaremos en cosas positivas, y sobre todo en la felicidad, un sentimiento que está en caída libre“.

Tiene claro que no podemos cambiar a Perú de la noche a la mañana, pero sí podemos crear ‘islitas’ de bienestar y valores. “Si estas islitas se expanden y se multiplican, eventualmente podríamos construir un país más unido y próspero, enfatiza.

Finalmente, afirma que mantiene la esperanza de que Perú podrá superar sus problemas y construir un futuro más sólido y unido. “El potencial está ahí, solo necesitamos enfocarnos en los valores y en la cooperación para avanzar hacia un mejor futuro”.

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