La proximidad relativa de las elecciones presidenciales del 10 de abril, que incluyen la elección de representantes al Congreso Nacional, exige una seria reflexión al respecto. Se trata de una cuestión de tomar conciencia y responsabilidad sobre el futuro de la Nación. No se trata de hacer leyes para prohibir la reelección de congresistas, se trata de algo más importante, de hacer renacer la responsabilidad y la conciencia cívica para ir en busca de lo mejor para el país. No se trata de crear leyes para impedir el ejercicio ciudadano, coadyuvando un derecho, se trata de llamar la atención a la conciencia cívica del peruano de corazón para que ejerza su derecho para renovar el beneficio mayoritario.
Lo obsoleto de las ideas no significa el fracaso intelectual. Los congresistas que verdaderamente aman el Perú no deben tratar de entornillarse a la curul, ni al poder relativo que le puede proporcionar dicha representatividad, ello conllevaría a una adicción aberrante y distante de toda representatividad. Un representante democrático de un sector de la población, jamás debe aferrarse a la responsabilidad, que el voto popular le otorgó en su momento, para representar la defensa de sus intereses. Debe tener la capacidad para aceptar el encargo con la misma lucidez y desprendimiento de saber el término del ciclo cumplido. La renovación del encargo no significa de ninguna manera el desprecio de sus aptitudes como congresista, sino por el contrario la vigencia y la fuerza que pueda tener un eslabón en la cadena de desarrollo de un país.
Aferrarse al cargo, molestarse, resentirse o sentirse traicionado por su relevo en la candidatura de una representación política, no debe ser motivo de encono de ninguna manera, sino por el contrario la oportunidad para darle espacio a nuevos representantes para ayudar en la evolución política y democrática de la Nación.
No es saludable para una democracia joven que representantes congresales se quieran enquistar, cual patriarcas jurásicos en el Congreso de la República, como si fueran la personificación única de la emisión de leyes, y como auditores perfectos de la buena gobernabilidad. La grandeza del cargo se revela en la capacidad de dejar espacio para la sangre nueva, para darle la oportunidad a la generación pujante que viene detrás con la fuerza de las ideas nuevas, acordes con la problemática de su generación. Intentar entornillarse en un sillón congresal creyendo que sus galones políticos de batallas pasadas le dan el peso eterno de una interminable permanencia, es una negación obsoleta a los nuevos vientos de un huracán imparable de renovación.
La hidalguía intelectual de sus buenos actos se traduciría en el desprendimiento voluntario por dejar el cargo, y el espacio para que los jóvenes incurran en el error de su preparación. Ellos, lo antiguos congresistas, no son dueños de la verdad, ni patrones del error. Los jóvenes son los herederos del futuro, sino se les da la oportunidad de ejercer en el momento que están a punto, lo que se ocasionará será un desfase intelectual, cargado de resentimiento social que sólo llevará a la acción separatista intelectual.
Es momento de renovar los cuadros voluntariamente y demostrar con ello madurez política de superación. Hacerse a un lado no es renunciar ni fracasar ante el futuro, es simplemente un acto natural de renovación política que a la larga solo será recordado como un acto de lucidez intelectual y como un acto de entrega política en beneficio del progreso democrático de la Nación. Abran paso que aquí vienen los peruanos jóvenes de corazón. Hasta mañana mis amigos de Primera.