Es común oír por las calles: “Ya estamos hartos de políticos, todos son iguales”. Y lo que esto quiere decir es que necesitamos otra forma de ejercer la política. Muchos igualan democracia y existencia de partidos políticos. Y esto no es exacto. La democracia de veras no se construye con cualquier tipo de partidos políticos. De hecho, también están presentes dentro de regímenes autoritarios. Ahora bien, la calidad de una democracia puede medirse por la calidad de aquellos ciudadanos que tienen un mayor protagonismo político y que se organizan partidariamente.
Sufrimos un déficit democrático grave si los partidos políticos continúan siendo internamente las estructuras menos democráticas que tenemos. Habitualmente son estructuras de poder para obtener y organizar el gobierno de las cosas del pueblo. Pero resulta que todos los partidos políticos, sean de izquierdas o de derechas son “conservadores”. Buscan “conservar” el poder a toda costa.
La mayoría de los políticos —de años de profesión— han quedado moralmente inhabilitados por acción, dejación o acomodación. Los partidos políticos no pueden ser estructuras de poder dirigidas a conseguir el poder en sí, es decir, para sí mismos y los “suyos”. Cada partido político habría de ser una perspectiva de la vida pública, necesaria y diferente, pero orientada siempre a la consecución del bien común, lo mejor para todos. No su cuota particular de poder ni su persistencia en él. En el juego de los partidos políticos no hay sorpresas ni verdaderas novedades de calado porque adolecen de creatividad. Las respuestas son siempre las mismas. Nuestros políticos son demasiado previsibles y esto es peligrosamente sospechoso.
Algunas propuestas básicas para prevenir los males de los partidos políticos actuales y lograr una mayor calidad democrática, pudieran ser éstas:
Mecanismos internos de control en los propios partidos políticos para filtrar quiénes son los representantes de sus afiliados y simpatizantes que, llegado el caso, van a tener que ejercer responsabilidades públicas. Así, por ejemplo, la lucha contra la corrupción no es eficaz sólo desde fuera, judicialmente o en las urnas, pues sólo se descubre siempre la punta del iceberg y el pueblo sólo puede votar dentro de lo que hay.
Igual que en vida pública en general, integrar con normalidad la renovación permanente de los líderes y de las cúpulas dentro de los partidos políticos. Con períodos limitados y no renovables de su mandato.
También una mayor transparencia de sus actividades y su financiación, y no falsa o aparente, para quedar bien, para cubrir la falta de confianza del electorado, sino transparencia interna en la toma de decisiones.
La formación de partidos políticos debe ser un fruto maduro de la expresión del pueblo. Habrían de emerger desde abajo, desde la propia movilización de las comunidades ciudadanas y no como estructuras rígidas y fijas que se organizan y se imponen desde arriba para ejercer el poder de un modo partidista.
De ahí que la estructura normativa y burocrática de un partido no debiera nunca impedir la expresión de la discrepancia y la diferencia, sino favorecerla. Aunque es cierto, que no al precio de una completa ineficacia. Diseñar para ello unos mecanismos básicos de organización que no estén reñidos con la evolución y la novedad, un equilibrio entre creatividad y organización. Puntos para tomar en cuenta como parte de una Educación Política. Hasta mañana mis amigos de Primera.