Se conmemoran los 110 años del natalicio de José María Arguedas

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Se conmemoran los 110 años del natalicio de José María Arguedas, narrador, educador y antropólogo nacido en Andahuaylas, considerado la voz del Perú de “todas las sangres”.

José María tenía una sentimental voz, transparente y aguda como agua del puquial. Cantaba así la ‘Trilla de alverjas en Pampas’ de Huancavelica o el ‘Carnaval de Tambobamba’ (Apurímac).
Era el autor del cuento ‘El sueño del pongo’, del poema ‘A nuestro padre creador Tupac Amaru’, de la novela Los ríos profundos (1958). 
Se perfiló en una oración: “Soy un peruano que orgullosamente habla en cristiano y en indio; en español y quechua”.

José María tejía textos en quechua y castellano denunciando la marginalidad en la que vivían los campesinos monolingües, que “no conocían ni el significado de la palabra Perú”; que se quitaban el sombrero al izar la bandera solo porque debía respetarse el símbolo patrio “por causas misteriosas”.

Recordaba, con la misma belleza lírica, las profundidades metafísicas de los Andes.
El nobel Mario Vargas Llosa dijo: “Entre todos los escritores peruanos el que he leído y estudiado más ha sido probablemente José María Arguedas” (La utopía arcaica).


Historia de vida

Y uno se pregunta ¿por qué? La respuesta viene de la boca de otro intelectual, el padre Gustavo Gutiérrez: “Arguedas es el escritor de los encuentros y desencuentros de todas las razas, de todas las lenguas y de todas las patrias del Perú. 
Pero no es un testigo pasivo, no se limita a fotografiar y a describir, toma partido” (Entre calandrias).

“…Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro en el Perú y lo que él representa: se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del oído impotente, de los fúnebres ‘alzamientos’, del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y de la fuerza liberadora invencible del hombre de Vietnam, el de la calandria de fuego, el del dios liberador. Aquel que se reintegra. 
Vallejo era el principio y el fin”, escribió en su novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo (1969).

En el Primer Encuentro de Narradores, en la ciudad de Arequipa, en 1965, alzó la voz y dijo: “Voy a hacerles una confesión un poco curiosa: yo soy hechura de mi madrastra”. Y en ese afirmación moraba el dolor.


Lazos  familiares

Su madre, Victoria Altamirano, falleció cuando él tenía casi 3 años.  Entonces empezó su vida trashumante junto a su padre, el abogado cusqueño Víctor Manuel Arguedas. Tenía tres hermanos de padre y madre (el menor, Pedro, sería adoptado por una tía) y tres hermanos por parte de padre.

Cuando José María cumplió los 6, su padre se casó con Grimanesa Arangoitia, propietaria de tierra en San Juan de Lucanas, Ayacucho: diez minutos antes de llegar a Puquio, desde Lima, un letrero de cemento rezaba: “Bienvenidos al distrito de San Juan. Cuna de José María Arguedas”.

Hasta los 10 años, el futuro escritor vivió con su familia postiza (1918-1921). A esa edad leyó el poema ‘Amor’, de Manuel González Prada, el cual recitaba “junto a los ríos y en los campos”, y así descubrió su vocación artística literaria.

Mientras el padre se ausentaba por varios días por sus labores como juez de primera instancia, la madrastra dejaba al niño junto a la servidumbre. 
Luego, la situación explotó y José María llegó, caminando con su hermano Arístides, hasta la hacienda Viseca, donde vivió por cerca de dos años.
Luego, junto a su padre conoció decenas de pueblos a lomo de bestia por Ayacucho, Abancay y Cusco. “Recorrí los campos e hice las faenas de los campesinos bajo el infinito amparo de los comuneros quechuas”, recordaría.
Fuertes vivencias
Parte de esas vivencias serían sustanciales para Ernesto, el niño protagonista de Los ríos profundos, una de sus obras más analizadas.

En 1926, ingresa a la secundaria en el colegio San Luis Gonzaga de Ica, donde sorprenderá con máximas notas. Después siguió sus estudios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM).
Al poco tiempo de licenciarse en literatura, por temas políticos pasa una temporada en el penal limeño El Sexto y luego se va a enseñar como uno de los profesores fundadores del colegio Mateo Pumacahua, de Sicuani, Cusco, donde enseñará los cursos de castellano y geografía, entre 1939 y 1941. Se dice que en este colegio empezó su práctica de la enseñanza bilingüe.

De regreso a Lima es docente del colegio Guadalupe (1945-1948). Al año siguiente, trabajó en el colegio Alfonso Ugarte; a la par, entre 1949 y 1953, enseñó quechua en la UNMSM. 
Entre 1951 y 1952, inicia una relación con el Instituto Pedagógico Nacional de Varones (posteriormente, universidad Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta). Alma sensibleArguedas desarrollaría una carrera como profesor por horas en La Cantuta, de la San Marcos (1958, 1959) y en 1962 es nombrado profesor en la Universidad Nacional La Molina.

Además de genial y sensible escritor, José María dejó tareas pendientes en la educación bilingüe, en etnomusicología, en recopilación de los mitos, en la difusión del folclor. 
Como en un momento definió la doctora Carmen María Pinilla, especialista en su obra, el amauta fue un hombre tan importante que se ocupó de todo este abanico de temas.

Se casó dos veces: en 1939 con Celia Bustamante Vernal. Y en 1967 contrae segundas nupcias con la chilena Sybila Arredondo.

El 28 de noviembre de 1969 Arguedas se descerrajó la cabeza. Fallecería cinco días después. En el 2004 sus restos dejaron el cementerio El Ángel de Lima para morar la eternidad en Andahuaylas.

Continúa siendo una estela poderosa y fuente inagotable del trabajo por hacer. 
Sus interpretaciones se actualizan no solo desde el territorio de las ideas, sino también desde el arte. Arte múltipleEn el 2015, por ejemplo, el grupo Yuyachkani estrenó en las tablas Cartas de Chimbote, tomando la correspondencia que escribió el narrador entre 1962 y 1969, y extractos de El zorro de arriba y el zorro de abajo.

“No, no hay país más diverso, más múltiple en variedad terrena y humana; todos los grados de calor y color, de amor y odio, de urdimbres y sutilezas, de símbolos utilizados e inspiradores. 
No por gusto, como diría la gente llamada común, se formaron aquí Pachacámac y Pachacútec, Huamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso, Túpac Amaru y Vallejo, Mariátegui y Eguren, la fiesta de Qoyllur Riti y la del Señor de los Milagros; los yungas de la costa y de la sierra; la agricultura a 4,000 metros; patos que hablan en lagos de altura donde todos los insectos de Europa se ahogarían; picaflores que llegan hasta el sol para beberle su fuego y llamear sobre las flores del mundo. Imitar desde aquí a alguien resulta algo escandaloso.
En técnica nos superarán y dominarán, no sabemos hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarlos a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer incluso sin movernos de aquí mismo”, escribió en 1968, al recibir el premio Inca Garcilaso de la Vega. 

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