La Santa Muerte y el ritual de los mexicanos contra la pandemia del covid-19

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Con las manos elevadas hacia el cielo, devotos mexicanos rezan frente a una descomunal estatua de la Santa Muerte, una calavera a la que ahora piden protección frente al coronavirus y su azote económico.

El ritual transcurre en Tultitlán, vecino de la capital, donde fue levantada la imagen de fibra de vidrio de 22 metros de altura para idolatrar a la parca. Cubierto por una túnica dorada, el esqueleto contrasta con el cielo azul, y sus brazos huesudos están abiertos como un Cristo.

Así como la marginación y sus peligros llevan a muchos a abrazar a la Santa Muerte, también la pandemia alienta el fervor por esta figura representada con filosa guadaña.

La veneración se extiende a lugares como el populoso barrio de Tepito, en Ciudad de México, bastión del culto donde cientos visitan su altar el primer día de cada mes. Suri Salas, estilista trans de 34 años, regresó al barrio tras meses de confinamiento por el covid-19.

“Vine para agradecerle por todo lo que nos ha dado este año, que no ha sido fácil debido a la pandemia (…) Afortunadamente siempre está para apoyarnos”, dice Salas, que carga una figura de capa multicolor.

Culto indígena

La romería se concentra en una calle de Tepito, adonde los fieles llegan -incluso de rodillas- con efigies que reciben como ofrenda flores, dulces y licor.

Allí, donde pocos usan cubrebocas y el tumulto impide el distanciamiento, abunda el olor a marihuana y la venta de estatuas, escapularios y veladoras de la cadavérica.

“Desde que empezó la pandemia, nunca he cerrado”, cuenta Enriqueta Romero, “Doña Queta”, guardiana del altar. Romero, que preserva la imagen de dos metros en su casa, recibe hasta a extranjeros, pues la creencia llegó a Estados Unidos y países de Europa y Latinoamérica con los migrantes.

“Tenemos tantas necesidades que nos queremos agarrar de todo”, añade la septuagenaria, que exhibe la imagen desde 2001. En su misticismo, algunos se tatúan a la Santa Muerte en el cuello o el pecho, y adoctrinan a niños.

“Ella te ‘hace el paro’, te ayuda cuando estás al filo de la navaja o con esta inseguridad que está socavando la tranquilidad, la economía o -en este caso- la salud”, cuenta Alfonso Hernández, cronista de Tepito, azotado por criminales.

Según historiadores, el culto se remonta al siglo XVIII, cuando indígenas adoraban a un esqueleto en el centro de México.

Durante dos siglos se mantuvo en secreto, y en los años 1950 volvió a la luz especialmente en Ciudad de México, con una migración rural forzada por la pobreza, explica Bernardo Barranco, sociólogo de las religiones. La “niña blanca” es igualmente venerada por delincuentes, que la ven como escudo.

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